El patrón de la Merced

Alguna de las razones por las que siempre me gustará Gore Vidal eran sus ideas sobre Nixon y la manera con la que con ellas sepultaba el legado de la hipocresía. Cada vez que escuchaba o leía algo al respecto imaginaba la que se le vendría encima al presidente español de turno que corriese igual suerte.
Sin creerme Gore Vidal y pensando que lo de Rajoy es más divertido que lo de Nixon, contemplo este grand finale del Partido Popular dándome cuenta que la soledad de los escenarios desiertos de los titiriteros nada tiene que ver con la soledad causada por la “responsabilidad política” y que esta, tan solo, puede evocar el recuerdo de malhechores produciendo el aislamiento.
Aquella que hace unos días jovial y dicharachera apostaba, espetando valentía y desafío por el cese de la concejal de cultura, hoy se ha quitado del medio diciendo que nada sabía de la presunta trama criminal en la que vivía inmersa, infligiéndose una dosis de decencia para, de esta forma, pasar a la historia como la Anastasia española que dimitió acosada por las hordas del decoro.
Dudando mucho que Esperanza Aguirre encuentre otro exilio que no sea el de su jubilación dorada solo me queda pensar que la Iron Lady fue querida, odiada, temida, respetada y criticada hasta su muerte pero nunca motivo de mofa, ni por haberse visto rodeada de malversadores, ni tampoco por tener a presuntos delincuentes a su mando.
Estos dignos caballeros de la Orden del Tamayo fueron los que durante casi veinte años guardaron y juraron lealtad a su dama engrandeciéndola como la diosa Fortuna para al final convertirla, con sus actos, en una mera dama de compañía de Juana la Loca sin que ella, entre gesta y gesta, tuviera tiempo a percatarse que cada deshonrosa victoria se llevaba algo de su reputación.
Hoy su legado y su nombre nacidos de la discordia, el robo, y la corrupción no la convertirán en la protagonista del libro de Balzac Historia de los trece, recluida en un convento por su malvivir sino que, más bien, el encierro de sus devotos harán de ella una nueva reencarnación de la Virgen de la Merced para consuelo de los presos de alta alcurnia.
Descubriéndonos, pues, a todos su pureza asumiendo una culpa, que en lugar de exonerarla la convierte en el mejor de los casos en una necia víctima, la que una vez imaginó vivir en la cúspide del mundo de Arriba y Abajo acaba de caerse al cellar de la opinión pública para salir, a partir de ahora, solo a relucir cada vez que alguien mencione su noble ingenuidad.
Como al parecer, según ella misma contó, eso va a suceder en demasía gracias a los cantares llegados entre otras partes de la prisión de Estremera, la esperanza puesta en la robustez de esta nueva Merced va a seguir tambaleándose mientras ella calla y niega demostrando su mayor incompetencia redentora y avalando lo que muchos, antes que yo y de mejor modo, definieron como una pésima capacidad gestora.
En cuanto a Rajoy se refiere y teniendo en cuenta lo poco que se del ajedrez me puedo imaginar que la pérdida de una dama debe dejar a un rey tan noqueado como el olor y la oscuridad que impregnan a un señorito de capital de provincias gallega encerrado por primera vez en un establo, al darse cuenta que su suerte está ligada a la de su cerdo acompañante en el día del patrón.
Sin desear ningún tipo de mal personal con ello vengo a decir que al actual líder popular le ha tocado por meritos propios y logros extraordinarios su especial San Martín Nixoniano y que con gran alegría escribo esta columna para adherirme a todos los que en este momento celebran el adiós Marianista y el ocaso de un proyecto que con él al frente solo pudo tener este final, escrito entre líneas de “se fuerte y aguanta” y epílogos de “no llores como mujer lo que no supiste defender como hombre”, aunque algunas veces a él le hubiese apetecido hacerlo con la especial ternura e inocencia de una cándida ternera frisona galega que solo pasta y caga manteniendo su boca cerrada.