Esto no va de Cataluña

Luis Galafel.
No, no va. No va ni de Cataluña, ni de España, ni del Partido Popular, ni del flequillazo de Puigdemont. Estoy intoxicado. Y creo que como yo la mayoría de la gente ya no sólo de este país, sino todo el mundo.
Huelga decir que no os voy a contar nada nuevo, pero es tan evidente que se nos pasa por alto. Día tras día nos vemos bombardeados por la información que el redactor de turno cree que nos va a tener más tiempo enganchados al medio. Ni siquiera creo que haya un plan predeterminado para crear cortinas de humo y conspiraciones varias.
En lo que sí que creo es en las modas y en que nos dejamos arrastrar por los demás.
Seguir esos comportamientos masivos nos hace sentirnos “normales”, aceptados, defendidos. Para conseguir esta sensación de comodidad y pertenencia no te hace ni falta el reconocimiento del grupo. Sólo con estar imbuido por esas creencias ya te sientes protegido por los “hunos” o los otros.
Si a esto le añadimos el recurrente e histórico tópico de la dualidad española, nos vemos en la situación de que nos encanta crear bandos y enfrentarlos. Podéis pensar que lo viene a continuación es una estupidez, pero es empírico, es mi propia experiencia.
Los guiris alucinan cuando les explicas que en España todo el mundo es del Madrid o del Barça, y preguntan: “¿Y los aficionados del resto de equipos?”. Todo el mundo en España prefiere uno u otro. Pero esto no es una excepción. Si has crecido en mi generación recordarás que en el colegio todos eramos de Nike o de Reebok, de Sega o de Nintendo, de Hulk Hogan o del Último Guerrero. Hacíamos equipos, distinciones de cualquier mierda. Sólo buscamos ese sentimiento de pertenencia para sentirnos a gusto, protegidos e integrados.
Si esto lo aplicamos a cuando nos hacemos mayorcitos y metemos la política o el nacionalismo, esta situación se convierte en una obligación. La gente te encasilla en uno u otro bando. O eres socialista o eres del PP. O nacionalista o españolista. ¡Pamplinas!. Yo soy yo, y ni siquiera soy igual que ayer ni lo seré mañana. Ni mi opinión es inamovible ni tampoco voluble, y por supuesto me siento incómodo cuando la gente no opina como yo. Es jodido que me convenzan de algo al momento, en general para cambiar dicha opinión necesito un periodo de reflexión que ni tan siquiera es consciente. Y cuando eso ocurre, te das cuenta de lo tonto que se puede llegar a ser.
Por eso me asusta y desagrada la gente que está completamente segura de lo que dice. Los conocidos como “tolosabos”.Esa gente que sabe de todo y con certeza. Infalibles, vaya. Esa gente que da la vida por unos valores, que me parece muy loable, pero te cuestionas si en un futuro se arrepentirán de ello. Es como cuando te vas a hacer un tatuaje y piensas si dentro de unos años se habrá pasado de moda. Me aterra la gente a la que le preguntas que si pudiese viajar al pasado cambiaría algo y te responde con un rotundo NO. Joder, ojalá yo pudiese cambiar incluso lo que he desayunado esta mañana.
Pero es que es muy fácil y gustoso sentirte reconocido. Cuando empiezas a leer a autores anarquistas, la aproximación que hacen al nacionalismo es por lo menos curiosa.
Lo explican como el sentimiento de pertenencia, que es real, prácticamente palpable, lo definen como uno de los principios más básicos e instintivos del ser humano. La pertenencia a la manada. Y si así es reconocido por los propios ácratas es evidente que es algo que no se puede obviar o descartar. Lo que hay que hacer es superarlo, es buscar el término medio en el que nuestra concepción animal es contrarrestada por nuestra capacidad racional. Es decir, que no te toquen a los tuyos, pero que esos tuyos no te aíslen del resto.
Estos días todos hemos visto el florecimiento de banderas, antiguamente llamadas rojigualdas, por toda la geografía. Hemos escuchado a gente quejándose por tener que tararear el himno de España. A mamarrachos solicitando el boicot de la camiseta de la Selección por llevar una franja aparentemente morada. Símbolos de pertenencia al grupo. No caeré en la banalidad de decir que una bandera es un trapo de colores, que lo es, porque apela a los instintos básicos previamente comentados. Pero hace sólo unos meses sólo se veían banderas de España cuando había partido, y que el himno no tenga letra tiene su significado que, por supuesto, no hemos de olvidar jamás.
Pero es que la gente, en ese ánimo de demostrar que está en el grupo, se ofende muy fácilmente. Cuando se escucha algo que no encaja en los estándares de lo aceptable por la panda, la reacción es peor que si fuese un ataque personal, porque sabe que si no se replica, se queda fuera. Me recuerda a esas furibundas contestaciones religioso-fundamentalistas cuando un paisano se caga en lo más sagrado. No hay que ofenderse tan fácilmente. Esto no es una competición a ver quién es el macho alfa del grupo.
No concibas la política como si fueses a ver el fútbol. De hecho, no seas un hooligan tarado, disfruta del fútbol.
Al final sí que iba un poco de Cataluña y tal. Estoy intoxicado de toda esta mierda.