Esculpiendo contra el olvido en imágenes de papel

Nacho Díaz.
Algo tiene el trabajo de la artista alemana Andrea G Artz que siempre me abstrae en su mundo de personajes imposibles, modelados a su antojo, obligándome a perderme con ellos en sus nuevas vidas rescatadas como es el caso de su última exposición, Ghost Weight, no solo del olvido de la propia muerte sino también de la humillante experiencia de tener sus recuerdos casi vendidos al peso en tiendas baratas de segunda mano o, incluso, en mercadillos donde por poco se regalan las cosas con tal de librarse de ellas.
Este destino común a todos esos hombres y mujeres anónimos del siglo pasado y también del anterior que, sin saber porqué, fueron fotografiados y de los que nadie sabe nada más, salvo que sus pasos por la vida no trascendieron más allá del valor de la quincalla, no impidió a Andrea devolverlos al reino de los vivos y hacerlos protagonistas de una instalación en un arts cafe muy cerquita de una de las zonas más hipsters y gentrificadas de Londres como es Peckham, el cual no hace mucho había sido un local de apuestas donde gente de mal vivir se daba cita, según cuentan los nuevos vecinos del barrio.
Las fotografías, recortadas, modeladas y tratadas al buen gusto y estilo de la artista poblaron con sus personajes resucitados las paredes, sujetando cactus e incluso encontraron acomodo dentro de una jaula con una pose propia del mismísimo Andy Williams, cantando Music to Watch Girls By, para decorar un espacio donde a veces un dandi un poco más grande que una hormiguita parecía que quería hablarte o, donde otras como alguien llegó a comentarme, un alíen aterrizado durante el final de la época victoriana daba razón de su existencia, mientras una mujer, creo que Eduardiana, practicaba el yoga que estaba de moda en aquellas fechas.

El alíen, el dandi y la Eduardiana haciendo yoga
Todo esto que cuento son mis propias opiniones ya que hubo tantas y tan distintas como gentes se dieron cita en la inauguración.
Sobre la acompañante del señor del cactus yo, personalmente, pensé que se trataba de una de las muchas sufragistas consideradas locas en sus tiempos, pues el geometrismo de sus vestiduras me hizo pensar en las paredes acolchadas que tienen algunos hospitales psiquiátricos en la actualidad, llegando a percibir su atuendo como una gran camisa de fuerza bien encorsetada para contener sus pasiones.
En cambio sobre las figuras que me recordaron a un “comedor de ostras”, quien también pudiera ser “un caballero con navajita plateá”, y la de una niña poseída por una clase de espíritu sin identificar, no sé decir la razón por la que me refiero a ellos así salvo que puedo hacerlo ya que este tipo de trabajos de Andrea liberan mi fantasía al hacerme encontrar un valor puramente artístico donde puedo perderme sin ganas o necesidad de volver a encontrarme hasta que quiero escribir sobre ella.
Todo empezó cuando nos conocimos a través de una amiga común y después de hablar mucho me dio la oportunidad de escribir la introducción del catálogo de su exposición Farewells en la galería Rottstr5 kunsthallen en Bochum, Alemania.
Aquella exposición fue como Ghost Weight pero más a lo grande, con muchas más esculturas realizadas sobre sus propias fotos, e instalada en la galería bajo unos arcos del ferrocarril.

Farewells
Farewells, hablaba también del anonimato y del paso efímero del tiempo entre muchos viajeros labrados en su estudio londinense, después de haber sido retratados con su iPhone, en muchas partes del mundo, y en muchos medios de transporte distintos los cuales, pudiendo no volverse a encontrar jamás, estaban condenados a compartir los mismos hábitos de transeúntes forzados por las rutinas de sus vidas, sin poder por ello explicar que pasaba por sus cabezas a sus semejantes.
Las monotonías que, por ejemplo, les unía en las horas punta aun sin saberlo, obligaba a un sinfín de breves encuentros y más breves despedidas entre quienes fugazmente se conocían y encontraban cada vez que levantaban la cabeza de sus portátiles, móviles, libros o simplemente cuando se despertaban por un empujón de sus compañeros de asiento.
En aquel momento la idea de esculpir fotografías me pareció fascinante más aun sabiendo que la calidad de sus fotos había llevado a Adndrea derechita a The New Yorker y, también, a Der Spiegel por no citar otros medios.
Cuando noté no solo como todos aquellos viajeros volvían a sus vidas en la vieja estación del tren alemana para reencontrase y conocer a otros nuevos viajeros ocasionales que acudían a la exposición para descubrirlos pensé, al igual que pensé en la inauguración de Gosth Weight, que nada está condenado a la intranscendencia, sobre todo si en el buen ojo y el talento de una artista como Andrea persiste la idea de combatir la banalización de lo mundano y prolongar el recuerdo y legado humano por mucho que este pudiera parecer forzado a caer en el pozo del olvido.